sábado, 29 de septiembre de 2012

Siete mentiras que no te he contado.

Soy agua, soy invierno y otoño sólo a ratos. Soy valiente y soy miedo. Soy natural, espíritu locuaz, soy de mañanas de estrellas y noches ilegales. Soy de las que no piden permiso pero luego piden perdón. Soy informal, inadecuada. Soy fuerte y aún no me he dado cuenta. Soy transferible, turbia, uniforme, soy contradicción, ridícula, soy de sonrisas suaves y latidos acelerados. A veces necesito irme lejos para volver con más fuerza, más intensa. Si permanezco en silencio necesito que me rescaten, la ausencia de tu voz me pierde. Soy letal, soy aprendiza. Soy quebradiza, ilusa, puntual aunque de un gran desorden mental. Soy buena y me encanta ser mala. Soy leal pero no siempre lo he sido, soy del número seis porque significa imperfección y a través de ella lo puedo explicar todo. 

Soy incondicionalmente tuya.



El mismo error.

Estamos demasiado bien acostumbrados, y por qué no, también domesticados para que se nos tropiecen los movimientos y para que se nos estanquen las arterias con hipocresía, que es de los colesteroles que más matan. Al final nos acabamos arrastrando, como todos, para conseguir algo, cualquier meta de origen desconocido con lo que rellenar nuestra existencia vacía. Acabamos haciendo lo que dijimos que nunca haríamos, quizá ya no sea tan malo como decíamos. Ya nada nos parece tan raro, la sociedad normaliza lo que antes era malo. Quizá sólo estemos peleando para que nadie nos baje de nuestra nube. Quién sabe si estamos sobrevalorando nuestros actos, quién sabe si estamos infravalorando nuestro tiempo. ¿Qué diferencia existe entre vuestro Dios creado y mis reyes magos? Todos somos esclavos de alguna mentira.
A veces me pregunto a qué precio hemos vendido nuestra inocencia.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Los crímenes del alma.


Solíamos hacernos viejos bajo el velo de sombras que nos regalaba la oscuridad de un viejo caserón abandonado que sólo nosotros y un par de gatos callejeros acostumbrábamos a frecuentar. Recuerdo la atmósfera ardiente, el polvo de las paredes y las presencias que enredaban el alma y la volvían opaca. Ese lugar lo hacía todo más triste, se miraba la vida en blanco y negro, y las pocas ventanas ocultaban cualquier fugaz amago de una sonrisa. Aquel lugar éramos nosotros, era nuestra mejor guarida, nuestro refugio en el mundo.

Nos sentábamos en una esquina, siempre uno al lado de otro, nunca supe por qué pero no nos mirábamos a la cara. Le hablábamos al viento esperando que arrastrase nuestras palabras a tiempos mejores, más seguros, con vanas esperanzas. Tú sacabas tu mechero del bolsillo derecho, el lado opuesto al corazón, y prendías el ambiente haciendo fuego tus deseos. Los encendías como si fueran velas para el diablo. Si alguien nos viera desde lejos -pensabas siempre- sólo conseguiría distinguir un círculo de llamas flotantes y quizá un par de dedos. Tu cigarro se vería como si fuese sólo la punta de un iceberg en medio de un mar helado y nadie podría encontrarnos. Por eso elegimos aquel lugar frío y extraño. 

El humo me llegaba siempre por la izquierda y se colaba invadiendo mis entrañas. Fumar es un crimen- decías. Y luego le dabas otra calada. Sé que querías meter tu vida en el humo y también que no te faltaba espacio, simplemente, ocupabas demasiado poco. El resto lo dejabas para quién sabe qué futuro.
Fumar es un crimen porque mata- repetías- cada cigarro es un día. Imagínate cuántas cosas estoy dejando de hacer, imagina cuantas acciones anuladas por un inútil trozo de papel. Todos los días que vendrán me los estoy quitando.

Y así pasaba el tiempo, los dos nos sentábamos, tu a matarte y yo a contemplar tu lento suicidio. Me hacías estúpidas ofertas de vicios por mi tiempo y yo siempre aceptaba.

Ya lo había soñado antes. El cielo se teñiría de rojo sangre y como siempre haría las veces de infierno. Llegaría demasiado tarde el arrepentimiento y las dudas se consumirían tan rápido como lo hiciste tú. Uno de esos tantos días llegarías con la mirada cansada y las palabras rotas, alegando altas dosis de realidad acumulada, cuando lo único que necesitabas era tiempo.

Pero esa vez fue diferente, abriste tu paquete y elegiste el cigarro de la suerte, ese que viene dado la vuelta y que reservabas para ocasiones especiales. Para cuando te hicieran falta sueños, para cuando te hicieran daño. Lo encendiste y me apresuré para observar tu rutina de movimientos, pero hubo uno que se escapó de lo normal, dejaste caer el cigarro al suelo. Después lo pisaste con odio.

- Este no me lo fumaré. Por ti. Viviré un día más para devolverte todo lo que te debo.

Lo supe mucho tiempo después, pero aquella fue tu manera de darme las gracias. Le diste una tregua a tu vida para intentar alargar la mía. Si, tu vida se hizo un día más larga. Lo que no sabías era que hacía tiempo que el número de cigarros superaba al de los días.
Tus crímenes acabaron con la siguiente calada, y desde entonces sueño que te encuentro en otras miradas, otra vida.
 

domingo, 23 de septiembre de 2012


Pase lo que pase, sólo tienes dos opciones: que sea un buen recuerdo,
o una gran lección.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Corazón cerrado por obras.

Creces y no quieres, las prioridades ocupan lugares diferentes. No sabes cómo lo haces pero siempre escoges el camino que no lleva a ninguna parte. La vida tiene ahora un retroceso estrambótico, un pasar distinto, en vez de ganar ahora pierdes con el tiempo. Te preguntas si en realidad hay algo que valga la pena detrás de tantas capas de piel, si has llegado ya al límite o si aún queda mucho más que rasgar. Prefieres esconderte tras tu mirada rota con defecto de vejez prematura, que no deja pasar ni un triste haz de luz, inaccesible para tantos, tan fácil de descifrar para tan pocos.
Sientes que debes mucho a muchos, tienes deudas hasta con el aire, y escribir es la única manera que tienes de saber perdonarte. Sólo has aprendido a vivir así, traicionándote.

Después de todo, te odias igual que respiras. Es sólo una tonta rutina.



jueves, 20 de septiembre de 2012

Septiembres que duran inviernos que tragan almas.

Pero la ciudad se ha vuelto gris y los cuervos anuncian una muerte segura que golpea con brutalidad todas las esquinas y las aceras. El viento me araña con sus garras y siempre que puede se lleva algo mío cuando pasa. Ya no estoy esperando lo que antes esperaba, los sueños del pasado ahora pertenecen al tesoro que me ha robado el ulular de esta ciudad. Almas vagabundas nunca se encuentran a salvo en casa. Y así sigo el camino, he contado todas las baldosas de los suelos que han tapiado mis ruinas. En total son cuatro millones novecientos veintisiete baldosas grises. Las he pisado todas, las conozco una a una. Sé que nunca serán de nadie antes que mías. Yo he escuchado sus canciones bajo la luna cuando el día se hace oscuro y el silencio da paso al rebullo de pensamientos, que piden turno para invadirme en secreto, ahora que por fin tengo tiempo para pensarme y reencontrar algo que quizá nunca haya perdido, sólo enterrado.

Lo mejor que tienen las ciudades son las noches, porque son la verdad que nadie se atreve a contar. Todos los secretos son valientes tras caer el sol, todas las verdades se gritan más fácil cuando el ruido se ha apagado y nadie puede oírte en las sombras. Y a pesar de que hoy las certezas no tengan importancia alguna yo aún sigo demandándolas, aunque sea solo dentro de mi, porque por fuera ya no valen nada. Es algo a lo que intento aferrarme cuando se acerca la brisa, que hace tiempo que intento reconciliar con la vida. Eso y las ganas de salir huyendo. Estoy cansada de tantos rostros demacrados por la propia crueldad de los que dicen lucirlos, de leer la arrogancia innegable, y sobre todo el victimismo en los gestos de la gente. La noche tiene una extraña calma, una armonía que atemoriza y un equilibrio inquietante: todo es tan transparente como debería ser, todos se muestran como son, dejan de rehuír a los espejos, que lloran porque aún tienen lágrimas, rotos por no ser usados.

Pero la noche no es eterna, cuando agoniza y el alba me amenaza hago la maleta, recojo mis cuatro millones novecientos veintisiete baldosas, todas ellas frías e inertes, y me dejo morir con ellas hasta el próximo atardecer, que aguarda en algún lugar, escondido tras alguna montaña.


martes, 18 de septiembre de 2012

Me hacías respirar.

Antes eras tú la que atrapaba pensamientos, la que perseguía mis imposibles. Eras tú la de la sonrisa imborrable, la que daba caza a todos mis temores. Me hacías sentir lo bueno. Lo de verdad. Me hacías respirar, joder, ¿por qué te has ido?
Eras mis secretos, ahora sólo el suspiro de un fantasma que me ronda en los recuerdos. Has dejado que pase el tiempo y la vida, no te has querido dar cuenta de que aun sigues viva. Has caducado cada salida, llorado todas tus lágrimas, has jugado todas tus cartas y no ya no te queda nada, sólo un puñado de resignación y conformismo. Lo temía, pero has aprendido a odiarte.
Sigues escuchándonos hablar en nuestra cafetería, miras nuestras fotos y crees vivir todavía en ellas. Sólo que ahora vives de las mentiras.
Supongo que es cierto, las verdades absolutas nunca existieron. Es como si hubiéramos vivido dos inviernos diferentes, dos vidas aparte. Te reencuentro y somos dos desconocidas jugando a reinventarse.

Las verdades de hoy no son las que eran antes.
Nosotras tampoco.

jueves, 13 de septiembre de 2012

¿Quién diablos pintó el mar del color del cielo, quién quiso borrar el horizonte?

Somos la repercusión de un pasado que arrastramos, de hacer nuestro un pequeño trozo de historia. Demasiadas ventanas que nos separaron del mundo, demasiado daño grabado a fuego, muchas balas disparadas, batallas perdidas. ¿Para qué?
¿Dónde está ahora todo lo que callamos, hacía dónde se han ido las sonrisas y las alas cosidas? ¿Dónde está mi desayuno en la cama, mi cuento de hadas, mi felicidad encontrada?
Quizá no se hayan ido, quizá  nunca llegaron y fueron solo espejismos. Pensamientos robados, ideas compradas.


lunes, 10 de septiembre de 2012

Hitorias de sus ojos, mi literatura.


Su piel se dejaba deshacer con mi tacto y jamás pidió clemencia cuando mis dedos, traviesos, jugaban a devorarle con ansia de algo mucho más grande que la vida, su vida. Y yo quemaba y también ardía pero su sonrisa era ignífuga. Él prefería guardarse los amaneceres y yo sólo pensaba en quemarlos todos, en noches interminables y sonrisas a medías, sonrisas a oscuras. Él me quería hacer real y yo quería convertirlo en literatura, quería meterle el alma en las palabras y hacerlo eterno en una cárcel de palabras. Mietras, él soñaba hacer de sus cuatro paredes nuestro planeta. Invetar escusas para trasnochar y dejar a un lado la cordura fueron siempre mis puntos débiles, el azar y la locura, y él los acertó al imaginarme.

Pero yo nunca fuí real.

sábado, 8 de septiembre de 2012

08.09.12

"El hombre más sabio que jamás conocí me había explicado en una ocasión que no existía en la vida experiencia comparable a la de la primera vez que uno desnuda a una mujer. Sabio como era, no me había mentido, pero tampoco me había contado toda la verdad. Nada me había dicho de aquel extraño tembleque de manos que convertía cada botón, cada cremallera, en tarea de titanes. Nada me había dicho de aquel embrujo de piel pálida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecía arder en cada poro de la piel. Nada me contó de todo aquello porque sabía que el milagro sólo sucedía una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huían para siempre. Mil veces he querido recuperar aquella primera tarde en que el rumor de la lluvia se llevó el mundo. Mil veces he querido regresar y perderme en un recuerdo del que apenas puedo rescatar una imagen robada al calor de las llamas. Bea, desnuda y reluciente de lluvia, tendida junto al fuego, abierta en una mirada que me ha perseguido desde entonces. Me incliné sobre ella y recorrí la piel de su vientre con la yema de los dedos. Bea dejó caer los párpados, los ojos y me sonrió, segura y fuerte.
-Hazme lo que quieras-susurró.

Tenía diecisiete años y la vida en los labios."


La sombra del viento, Carlos Ruíz Zafón.

martes, 4 de septiembre de 2012