El carmín de mis labios arde y la música nos conduce a través de pesadillas venideras. La noche ha nacido joven y sencilla, y nosotros la hemos vestido de joyas y la hemos emborrachado de vejez y de amargura. Sólo queda vodka del barato para llenar el silencio de locura, para bebernos, vivirnos sorbo a sorbo, y olvidarnos sin hacer ruido. El sol, envidioso, deja verse poco a poco detrás de las montañas y anuncia el final de una noche eterna a los pies de la luna. El día nace viejo y morirá solo, y los últimos segundos de oscuridad saborean un final que hace a la noche todavía más bella y más efímera, menos eterna. Porque el final de lo efímero hace las noches eternas y mis suspiros, quejidos.
Ya nunca más volverá a ser hoy.
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