domingo, 18 de septiembre de 2016

360º

Es curiosa la forma en que la vida nos devuelve a pedazos todo lo que hemos sido. Como nos entretiene con su absurda danza, nos tiene hipnotizados y nos distrae como a meros espectadores de un truco de magia callejera mientras, sin darnos cuenta, nos roban la cartera. Es curioso también la extraña manía que tiene el ser humano de culpar a la vida de todo aquello que sucede, como si la vida fuera alguien. O como si alguien nos estuviera observando, premiando cada buen acto y castigándonos, por lo menos bajo el juicio de una mirada, por nuestros secretos. Sin darnos cuenta de que esa mirada muy probablemente sea la nuestra propia.

Vamos por ahí, muchas veces sin saber a dónde nos dirigimos, paseándonos como si fuéramos a comprar algo, pero sólo estamos mirando. ¿Y sí sólo estamos siendo espectadores de nuestra vida?

Y mientras tanto ella sigue girando. Dando vueltas y vueltas sobre el mismo sitio. Lleva una falda verde, verde y larga hasta el suelo; pero no lo suficiente para hacerla tropezar consigo misma, aunque sí para entorpecer sus movimientos. No consigues ver su calzado pero te lo imaginas, parece girar y girar sobre un sólo pie, manteniendo todo su peso contra sus dedos. Sólo gira y gira, sin hacer ningún otro amago en su frenética danza, es como si estuviera reservando su último truco para el final. Sus pies deben de estar sangrando de tanto girar, de rozar con el suelo de tierra y de pequeñas piedras.

Nadie parece conocer el final de su baile. Te recuerda a esas cajitas de muñecas, ¿acaso alguien ha visto el final de su danza? Siempre cerramos la caja antes de verlo. Es como si ella sólo bailara mientras tu miras. 

Es algo que te obsesiona. Ves como ese color verde se mueve e incluso te parece percibir otros colores entre los pliegues, como una especie de brillo que se extingue a la mirada. A veces la falda roza con el suelo y cuando da el aire, se levanta arena y polvo. No hace ruido, o quizá no lo oyes, pero conoces cómo es ese sonido que provoca la tierra al desprenderse del suelo. Es como una pequeña ventisca. 

Cada vez va más deprisa y más deprisa, ya casi no puedes seguirla con tus ojos. Sientes la fuerza de su velocidad, parece que incluso tú estás girando, que te ha incluido en su baile. Estas mareado. ¿Y si nos caemos? Tus rodillas abandonan parte de su piel forcejeando con esas diminutas piedras a modo de arena que hay en el suelo y con la tierra, dejando líneas de sangre en tu superficie, arañazos, como un zarpazo. También conoces un sonido para ese momento. Puede que respiraras por la boca pero con tus dientes apretados. 

El sonido de tu respiración se une al del viento que justo en ese momento está haciendo que la bailarina gire y gire más deprisa. Se levanta todavía más tierra, más arena, más piedras, hace mucho calor y el aire está tremendamente seco. 

Es curiosa la manera en que la vida hace que nos entretengamos persiguiendo algo, la fuerza con la que nos arrastra hacia donde creemos querer llegar para luego dejar un insípido final. Un final para el que no tenemos ningún sonido añadido, no conocemos nada parecido. Es curioso como nos devuelve los éxitos de nuestros logros cuando ha pasado tanto tiempo que ni siquiera nos reconfortan, tanto tiempo que nos hace preguntarnos cómo fuimos capaces de lograr algo así. O de equivocarnos así. Ni siquiera recordamos por qué lo hicimos. Sobre todo la manera que tiene de hacernos encontrar las respuestas a nuestras preguntas, porque como siempre, una vez que las hemos encontrado, nuestras preguntas han cambiado. 

De repente dejas de mirar como gira esa falda verde, verde y larga hasta el suelo. Pierdes todo el interés, es como si despertaras de un sueño. Su baile ya no te importa. Nunca te llegaste a caer al suelo. Miras en tus bolsillos. 


Te han robado la cartera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Por qué no escribes algo? ¿Es que te ha comido la lengua el gato?