jueves, 24 de mayo de 2012

Irene tras el espejo.

Irene era como un pez que nadaba a contracorriente. De cómo la conocí no lo recuerdo. Dicen que algunas cosas es mejor no saberlas; pues bien, quizá ésta sea una de ellas. En el mundo de Irene, ninguna decisión sobre su futuro podía ser tomada por ella misma, lo que haría o lo que llegaría a ser algún día dependía totalmente de otras personas, de lo que habían querido que fuese ella, y lo que habían elegido para su futuro. ¿Quién quiere vivir si la vida se reduce a un sin fín de pasos que tienes que seguir y que ya han sido escritos para que tú los cumplas?
Irene sentía como se iba transformando poco a poco en una "muerta viviente", de las que no sentían amor puro en un mundo artificial, sentía como le iban extrayendo la libertad. Y en ese extraño lugar, la libertad puede ser arrebatada de muchas formas diferentes. Hay tantas maneras de matar en silencio...
No vamos a comparar la carga que supone arrebatar la vida a una persona con la de robarle la libertad (aunque en algunas ocasiones el hurto de la libertad puede ser la peor opción entre las dos, o incluso ambas opciones pueden llegar a ser equitativas), pero si que son comparables desde el punto de vista de Irene: cuando careces de libertad, ya sea porque alguien o algo ha decidido las consecuencias de tu existencia, algo en tí muere, una parte tuya, quizá desconocida si no te la han robado ya, se desvanece. Dejar morir algo dentro de tí es como dejarte desaparecer. Y es por eso por lo que Irene se solía reflejar en mi espejo, sólo lo hacía en sus momentos de mayor debilidad y decadencia, era en aquellos momentos en los que se sentía desaparecer cuando se aparecía en el reflejo, prisionera de un alma vacía o todavía en proceso de destrucción. Irene era esclava de algo mucho más grande que ella, y encontraba refugio en aquel mundo paralelo que se había construído en mi habitación. Su presencia me causaba escalofríos, pero un día, tras muchas suplicas, decidí hospedarla.
Hablábamos siempre en las noches de tormenta ya que sus sollozos no me dejaban nunca dormir. Tras noches y noches de eterna tertulia, descubrí algo, que por alguna extraña razón, nunca llegué a compartir con ella. Si pasábamos juntas una noche, a la siguiente ella adquiría un aspecto más parecido al mío, como si fuese un camaleón intentando adaptarse a mi realidad. Mi verdadera preocupación no creció hasta que un día, como por arte de magia, alargó su mano hacia mí e intentó arrastrarme al interior del espejo, succionando desesperadamente todo lo que podía.

A partir de entonces, y muy a mi pesar, no conseguí reordenar los hechos, y dudo saber con certeza qué es lo que ocurrió esa noche. Una leve sospecha me lleva a pensar que Irene era envidia, era celos y traición, oscuridad y maldad,  después de todo, a ella sólo le enseñaron a elegir, y quizá eligiera mi mundo, quizá me eligiera a mi. Pero todo es tan confuso ahora... al fin y al cabo, nuestra realidad no se diferenciaba tanto, y ya no sé si estoy loca, si las noches enteras sin dormir fueron producto de mi imaginación o si de verdad ahora soy yo la que vive tras el espejo.

Una cosa es cierta, no se debe hablar nunca con extraños, y menos si insisten en habitar tu espejo... Incluso en las noches de tormenta.

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