sábado, 27 de octubre de 2012

Ni tú, ni yo, ni nadie golpeará tan duro como la vida.

He vivido en todos los corazones que se abren a esas horas de la tarde en las que todo se mueve y todo lo cambian las venganzas que han llegado flotando desde las nubes. Pero también he temido volver a casa y darme cuenta de que ya no me sonríes desde el cristal de tu marco, no me gusta perder lo que había conseguido. Yo ya pertenecía a ese sentimiento que hace nacer este ambiente otoñal, las calles salpicadas de toda la gama de los marrones y de tanta sangre helada. Me gusta esa paz de cuando te alejas, los pensamientos llegan mejor y más sinceros en días amargos desde la calma de una ventana alta o una azotea solitaria, imperturbable, lejana. El frío se adhiere a tu piel, a tus pulmones, a tus palabras.

Y te hace invencible.


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