miércoles, 16 de mayo de 2012

Los niños perdidos.

Todo el mundo, o casi todos, especialmente las personas mayores, luchan por avivar su niñez. "Sacar el niño que se lleva dentro" siempre es una salida para los que consideran la resaca como una fiebre tardía de la decadencia, o incluso para quienes cuentan las horas, los minutos y los segundos, el dinero, los gastos, los billetes y el amor. Para quienes le ponen un número a todo, en definición. O quizá me esté equivocando y sean otra clase de adultos los que busquen su niñez perdida. En realidad, sólo estoy dando tumbos alrededor de los conceptos. Eso es lo que menos importa ahora.

Todo el mundo, menos los niños, quiere volver a reír despreocupado, poder oler el pastel de moras de mamá desde el jardín, correr sin importar a dónde, volver a casa, quitarse el barro de los zapatos, y llenarse la cara de acuarelas y de pintura de manos. Porque la mejor solución a todos los problemas siempre fue dibujarnos paisajes en los pómulos y mezclar los colores en nuestra piel. Y después, esperar la hora de la merienda como si no existiese nada más después de tal acontecimiento. Pero este mundo queda muy por encima del alcance de los que ponen cifras a todo. Por la simple y única razón de que contarían cada mancha de temperas, pondrían un precio a los ingredientes del pastel, pensarían en todo lo que costará el arreglo de los zapatos, o en si quizá sería más rentable comprar unos nuevos. Pero los niños no saben contar. Los niños saben reír.

Pero existe algo más allá de ser un niño. Al fin y al cabo, acabamos cambiando nuestros chupetes por el vodka y haciendo pactos con el diablo. Tarde o temprano querremos volver a esa tierna etapa pero algunas cosas son ya irreversibles, no hay vuelta atrás. Y si la hubiera, ¿retrocederías?

Nos hablan siempre de la contaminación atmosférica. Algo se está quemando.


Tu alma.

1 comentario:

¿Por qué no escribes algo? ¿Es que te ha comido la lengua el gato?