lunes, 30 de julio de 2012

Agua que sube y que baja.

Hay veces, por increible que parezca, en las que la distancia, la ausencia, los remordimientos y el dolor juegan a nuestro favor. Como si fueran un viento salvaje de verano arrastrando un pequeño velero, un viento que sopla justo hacia donde queremos ir (aunque nosotros aún no lo sepamos), y que te arrastra de vuelta a tu puerto. Y eso sienta bien. Alejarse, perderse en mareas desconocidas y encontrarse después en el reflejo del agua. Si no te pierdes, no podrás encontrarte jamás. Y si no te encuentras, no izarás bien alto las velas para dejarte llevar, para que el viento, que es muy sabio, te haga regresar al punto de partida, te arrastre de nuevo a tu puerto.

Este es el secreto de la mortalidad, mantener un equilibrio, constante o no, entre perderte y reencontrarte. O entre olvidarte y reconstruirte. Agua que sube y que baja, como las olas que nos arrastran por el camino hacia casa que nos hace sentir de nuevo vivos.



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