domingo, 11 de marzo de 2012

Dolían las noches y quemaba el ron.

Estaban sentados en la proa. Brillaban las estrellas y la luna hacía tiempo que se escondía tras una nube. La atmosfera se teñía de tensión. Ninguno de los dos conocía cual había sido el pasado de la persona que se hayaba a su lado, y la desconfianza era tal que uno de ellos pensó en las garantías de éxito existentes ante la posibilidad de arrojar a su compañero al agua fanganosa que los mantenía a flote. Por suerte, los dos guardaban algo de sentido común en sus cabezas, mezclado en miedos y un pasado lejano, que atravesaba el tiempo a la velocidad de la luz cada noche, recordándoles que no eran sino ponzoña de la sociedad, y que se merecían estar allí, perdidos donde nadie pudiera encontrarlos.

 -¿Y tú, qué hiciste?
-Estoy aquí por propia voluntad.
-¡Oh, vamos! ¿Quién desearía tal rudo destino? ¿Esque pretendes pasar aquí unas vacaciones?
-Son motivos personales- apartó la mirada, y quiso encontrar a la luna y que los recuerdos no viajaran tan rápido como la luz. Bebió de su botella, quizá ayudaría en algo, aunque sabe que no se les permite ningún tipo de bebida alcohólica en aquel inhóspito lugar. Hasta los piratas tenían más derechos que ellos.
-Algo debíste de hacer. Nadie entraría aquí por propia voluntad, es de locos. Sé que quieres olvidar algo. Nadie abraza de esa manera una botella de ron si no quiere olvidar algo. Vamos, dímelo.
El bebedor baja la mirada y empieza a pensar que esa noche no saldrá la luna. Piensa que el hombre que está a su lado está en lo cierto, y si que tiene algo de loco.
-¿Esque tienes miedo? ¿Eres lo suficientemente valiente como para condenarte a vagar por el resto de los tiempos entre lodo y agua pantanosa, y no como para reconocer tus errores? Puede que sí. Por eso estás aquí, ¿no?
-¿Quieres dejar de hacer preguntas? Ya te he dicho que yo elegí venir aquí.
-No te creo. ¿Es por amor, te han roto el corazón? ¿Buscas a alguien? No. El amor no te puede llevar hasta los confines del mundo ni hacerte tan valiente. Sólo hay una única razón que es capaz de hacerlo. La culpabilidad.

El borracho abrazo todavía más fuerte su botella vacía y se tambaleo intentando alcanzar un poco de vino que había quedado de la noche anterior. Todo empieza a dar vueltas y las estrellas se transforman en círculos en el cielo, intenta recuperar el equilibrio y entonces algo lo empuja al borde de la proa. Una sacudida de las aguas hace que caiga del barco. Se hunde en el agua aún agarrado a la botella tan vacía de ron y tan llena de remordimientos, tan rápido como se hundió el titanic, igual de triste. Consigue ver las constelaciones una última vez. La luna ha salido. Está llena.

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