lunes, 25 de junio de 2012

¿Alguna vez has perseguido un conejo blanco?

Todos sabemos que no nos contaron el final de los cuentos. Es un tema repetido hasta las saciedad, tanto que aburre. Sabemos que las princesas no acaban siendo felices y comiendo perdices, también que los príncipes a veces desaparecen después de despertar a las princesas con un beso. Pero oye, un reino da mucho trabajo. Es normal que quieran despertar a otras princesas con otros besos. Pero Alicia es diferente. 
Ella hizo lo que nadie antes había hecho. Se enamoró de un conejo.

Alicia sentía como le faltaba el aire y como se la tragaban el lujo y los muebles de su habitación. Cuando se levantó de la cama, un escalofrío recorrió todo su cuerpo al acariciar las frías baldosas del suelo con sus pies descalzos. La luz entraba sigilosa entre las rendijas de las persianas, y iluminaba tímidamente, como si estuviera pidiendo permiso, el pelo de Alicia, que era un pelo normal y no se parecía en nada al pelo de una princesa. La noche es muy larga y revoltosa, y Alicia, como todas las chicas del planeta, se levanta con un cabello que, por asi decirlo, se aleja bastante de la perfección. No, chicos, si alguna vez os despertáis al lado de una señorita que por la mañana tiene el mismo pelo que tenía por la noche, no os lo creáis. Seguro que se ha levantado antes que vosotros para peinarse y luego, sin hacer ruido se ha vuelto a meter en la cama y ha fingido estar dormida, esperando que la despertéis con un beso de película. Nunca os fiéis de ellas, mejor elegid una que se levante con pelos de loca y el maquillaje esparcido por la cara. Esas te dirán siempre la verdad.

Alicia se puso su vestido azul, que le quedaba un poco o muy grande porque se lo habían comprado sus padres y querían que durase muchos años para no tener que comprarle otro. Sí, en el país de las maravillas también están en crisis, aunque no os lo creáis. Alicia salió al jardín, pensaréis que a leer un libro, pero no, esas cosas están pasadas de moda. Salió a ponerse morena. No es ninguna novedad que Alicia es pálida como las rodajas de un sándwich. Se quitó el vestido, porque debajo llevaba el bikini, y se tumbó en una hamaca.

No tardó en pasar por allí un conejo blanco precioso. Alicia al principio no le hacía caso y el conejo intentaba llamar su atención dándole pequeños mordiscos en los dedos de los pies, porque así es como ligan los conejos. Y como no había manera de que ella se fijara en él, el pobre tuvo que robarle el móvil y salir huyendo, a ver si así le seguía y podía hablar con ella. Y el conejo tenía razón. Alicia se volvió a poner su vestido que le quedaba grande y salió corriendo detrás del conejo.

El caso es que este conejo no encontró bosque por donde correr porque lo habían edificado todo y los árboles ahora eran rascacielos con cientos y cientos de pisos. No encontraba ninguna madriguera y estaba muy cansado porque había corrido demasiado, así que le devolvió el móvil a Alicia, que le miró con los peores ojos con los que puedes mirar a un conejo.

Del conejo no se supo nunca nada más, pero Alicia pensaba en él todas las noches. Conforme se hizo mayor, se le declararon cientos de príncipes. Ella, como casi todas las chicas, esperaba un príncipe azul, que no destiña, que sea apuesto y honesto y todo un caballero. Y los príncipes esperaban lo mismo de las princesas. Ambos, príncipes y princesas, esperaron durante años y años, pensando en lo felices que serían y todas las perdices que comerían cuando encontraran a su media naranja. Pero estuvieron tan ocupados pensando cómo tenían que ser las princesas o los príncipes, que se les olvidó fabricarse a sí mismos con las mismas características que esperaban de la otra persona. Y cuando Alicia descubrió todo esto, se arrepintió y quiso volver atrás para quedarse con el conejo, que la había visto con sus pelos de loca y aún y todo le había hecho cosquillas en los dedos de los pies.

Y tú, ¿qué prefieres, un príncipe o un conejo?
Yo no lo sé, pero mejor me empiezo a fabricar a mi misma para el día en que llegue (si no ha llegado aún), sea príncipe o sea conejo blanco.

2 comentarios:

  1. Guau. Alicia siempre me ha parecido una niña caprichosa y egoísta que personifica una mala moraleja de la vida, por eso me quedo con el Gato de Cheshire. Sin embargo tu Alicia es diferente, diría que tiene muy poco de Alicia y mucho de Alice. Creo que en el fondo la historia va más allá de si príncipes y conejos blancos, lo que pasa es que Alicia no podía reconocer que se enamoró de un conejo blanco. ¿Qué iba a decir la gente? ¿Qué iban a decir el resto de los conejos? ¿Cómo sería su boda?¿y su luna de miel?¿y su primera noche juntos?¿cómo serían sus hijos?. Son muchas preguntas para las cuales no tenía respuestas, y lo peor de todo es que no quería tenerlas nunca. Por eso fue mucho más fácil decir que todo fue producto de una fiesta del té con demasiado azúcar e intentar resignarse con algún príncipe de segunda en vez de admitir su zoofilia.

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  2. Las apariencias engañan. Siempre lo hacen. Pero de todas formas, el gato de Cheshire es una de las mejores opciones. Yo me quedaría con él.
    Las historias siempre van más allá de las palabras, que muchas veces tienen las patas tan cortas como las mentiras. Pero, ¿y si esto no es solo una historia? ¿Y si hay algo más detrás de todos los príncipes azules y los conejos blancos?
    ¿Y si es amor de verdad, importa mucho el "qué dirán"? Yo pienso que Alicia necesitaba algo, una excusa, una salida a todo cuanto la rodeaba. El recuerdo del conejo y de todo lo que podría haber sido y no es la mantenía al margen de una realidad verdaderamente abrumadora. ¿Pero qué hay de real en todo esto?
    Es solo una chica enamorada de un conejo. Una chica que está desengañada de tantas cosas que necesitaba pensar que algo mucho mejor la esperaba allí, en el ansiado País de las Maravillas.

    Pero Alicia perdió la pista al conejo y jamás podrá regresar. Aunque aún le quedan muchos de esos frascos que la hacen pequeña para que pueda caber por esa diminuta puerta que esconde algo mucho más grande que ella. No todo está perdido.

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¿Por qué no escribes algo? ¿Es que te ha comido la lengua el gato?