lunes, 11 de junio de 2012

Vuelve a crecer marihuana en el jardín del vecino.

Pasan trescientos sesenta y cinco días y trescientos sesenta y cinco noches y tú ni te enteras. Te miras al espejo y susurras, quizá intentando convencerte, que nada ha cambiado en ti, que tus ojos esconden las mismas historias y que cada centímetro de tu piel evoca a lo mismo que evocaba cuando la luna era sincera y los pájaros aún surcaban el cielo. Aún quedan recientes las huellas de un pasado que duele y que a veces sigue doliendo, pero tú ya no eres esa que miraba hace tan sólo trescientos sesenta y cinco suspiros a un espejo medio vacío. Y todo se ha vuelto un sueño enfrascado en otro sueño, una espiral maldita que recorre tu vida. Sonríes por tantos que han entrado, tantos que han salido, y tanto por lo que has luchado. Por lo que has perdido. Por la letra pequeña que olvidaste leer. Pero, simplemente, hoy vuelve a ser hoy, y tú sigues siendo tú. Con otros secretos, otras historias, nuevos comienzos, grandes victorias, pero sencillamente tú. Como siempre habías sido y como nunca esperabas ser. Tú hace trescientos sesenta y cinco amaneceres. Tú hace trescientos sesenta y cinco pensamientos reciclados. Y te das cuenta de todo lo que te aleja del aquí y del ahora. De que fuimos, somos, y seremos cambio. No hay final sin principio, ni principio sin final.


Y mientras yo me miro al espejo, el vecino vuelve a colocarse, y le susurra a María Marihuana lo que yo le he gritado a la vida.

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