sábado, 9 de junio de 2012

Hoy el cielo se turna gris.

La humedad que corrompía las paredes azules y agrietadas de aquella habitación desierta no se alejaba para nada del aspecto de su propietario, que lucía una bata de pintor acomodado y sediento. Sin embargo, albergaba en él cierta expresión tranquilizante, era la de un pintor que esperaba pintar algún día la sonrisa de su musa. Y para él la cotidianidad estaba muerta, porque su ventana mostraba calles, ruidos, y personas diferentes a cada amanecer. Todo en él era arte. Incluso la pintura que salpicaba en su cara parecía evocar al más bello paisaje diurno. Su bata había sido blanca antaño, pero ahora la perseguían cientos de motas de colores que no dejaban entrever rastros de su pasado. Las manchas negras parecían gaviotas volando sobre el mediterráneo, las rojas, labios perdidos que acabaron en la comisura del bolsillo,  pasión y libertad, libertad y pasión. No sé hasta qué punto era posible leer su pasado, su futuro y su presente en aquel trozo de tela descosido por los años, pero encerraba algo que escapa al sentido de cualquier mortal. Como si guardara en cada mancha de pintura una historia secreta. O como si las historias guardaran a las gotas de pintura. Como si los secretos le estuvieran quemando por dentro, y resbalar el pincel sobre el lienzo los encerrara. Igual que con las palabras. Sólo que las letras no manchan. ¿O sí?

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