sábado, 5 de noviembre de 2016

Escríbeme como si no pudieras borrarme nunca

Una vez conocí a dos personajes que se habían escapado de su libro. Un día, cuentan, se cayeron de él, de repente. Sin saber por qué. Nunca supe si realmente fue un accidente. Dicen que habían salido del mejor de los cuentos, de esos que ponen la piel de gallina, con un buen final. Como las buenas historias. Dicen que todos, al leerles, querían abandonar sus libros y vivir en el suyo. Que quizá por eso tuvieron que marcharse. Que quizá les robaron su historia, que no había sitio para todos.

Y ahora vagan, como extraños en sus propias páginas, viviendo en lugares que no son suyos, en otros libros, otras historias, con otros finales. Escribiendo en páginas ajenas historias robadas que no les corresponden pero que siguen modificando a su antojo. Y cada letra les aleja más de su verdadera historia, de su verdadero origen. Huyendo de lo que saben. Incapaces de crear su propia historia en un libro que no es el suyo.

Eran personajes sin final, personajes acabados. A medias. Les habían arrebatado todo lo que les pertenecería en un futuro, todo lo que les esperaba a una simple vuelta de hoja. Les habían intentado escribir en historias en las que no encajaban, historias que por mucho que lo intentaran, no hablaban de ellos. De quienes eran. Historias falsas. Vagabundos entre las lineas, intentando encontrar un lugar al que pertenecer. Personajes llenos de pensamientos adquiridos de los que se habían alimentado para poder sobrevivir, llenos de palabras que estaban lejos de ser las propias, aquellas que dicta el alma, como si estuvieran escritos en otro idioma. Si, era eso, quizá estaban escritos en otro idioma.

Perdidos en una niebla que no les deja seguir leyendo, que les une a ciegas en la distancia. Una niebla que les había dejado en mitad de una frase. La otra mitad se había quedado colgada en sus labios. Impronunciable, pero siempre atada, siempre con ellos. Siempre ahí. Inquebrantable. Inamovible. Cosida para siempre, convencida de que sólo esas palabras mágicas podrán desatarla.

Convencida de que será cicatriz si no llegan a tiempo. Y las cicatrices, por mucho que (no) queramos, ya no duelen como lo hacen las heridas. Y si no existe ese dolor, ¿quién les recordará que deben volver a casa?


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