martes, 10 de abril de 2012

Diabluras de la noche.

Su mirada traviesa me devolvió a la realidad. Una realidad que había estado ignorando y a la que sólo ella me traía de vuelta, a través de sus ojos azules que formaban mareas con la luna llena. Su propia realidad, a la que ella se enfrentaba día a día. Y no era sólo una mirada traviesa. Era una mirada de miedo, que pedía socorro a gritos y que todo el mundo parecía olvidar. Unas ojeras sostenían sus ojos, y me ocultaban algo que no había visto nunca hasta entonces en una mirada humana. Me recordó quizá a una grabadora que iluminaba siempre la misma frecuencia, una y otra vez. Al sonido de una lavadora, incluso a la órbita de un planeta. Un escalofrío recorrió hasta las últimas de mis terminaciones nerviosas y me subió por el cuello. Todo empezó a dar vueltas y no supe hacia dónde mirar. Creí que caería en cuestión de segundos. Entonces la vi a ella, y a sus ojos azules en su más sincera y clara apariencia. Eran los ojos de una fiera que había estado dormida durante demasiado tiempo.
Y eran los míos.

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