sábado, 7 de enero de 2012

Por último, recuerdo la indiferencia.

No tengo claro el momento exacto en el que todo, absolutamente todo mi mundo se desencadenó. Recuerdo el miedo, y después tus manos, tus manos vacías. Tus manos y tus ojos verdes. Nada más. Llegaste a mi vida como una enfermedad, y cada vez recuerdo menos... Pero eso es bueno, los recuerdos duelen, o eso dicen. Después solo el amor, ni siquiera recuerdo el momento en el que empecé a sentirlo recorrer mis venas hasta colapsar mi corazón, la más dulce de las ponzoñas. El amor, los pellizcos y tu voz. Recuerdo tu miedo, aunque tú no te hayas dado cuenta aún. Tu olor...Y tu sabor a mar. Luego, el viaje de vuelta. Y otra vez, como un intermitente atascado, el miedo. La odiosa despedida que creíamos que jamás llegaría. Pero todo lo bueno se acaba. Y lo que no es tan bueno, también.


El paso del tiempo, y tus lametazos guarros después del chupa-chups. Y luego, nada. Claro está, las discusiones. El nudo se rompió cuando solo uno de los dos las recordaba. Pequeñas, y otras grandes. Inseguridad, miedo, rabia, impotencia, más nudos, en la garganta. Y amor, más amor.  Del que duele, del que es de verdad y te hace temblar.


Conversaciones y conversaciones. Palabrería, al fin y al cabo. ¿Se puede vivir de ella?. Tú mismo lo has comprobado. La distancia, la puta y asquerosa distancia.


El ingénuo deseo de pasar el resto de mi vida junto a tí, y el de no haberte conocido jamás. Después, nuestros 100 días. La última vez que nos vimos, y la última vez que vocalizaste para mi un te quiero. De nuevo, cómo no, el miedo.


Es cierto, no se cuándo empezó, tampocó se cuando acabará. Pero sé que nada se construyó para durar, una jodida verdad pero también un intenso consuelo.

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