viernes, 27 de enero de 2012

Dormía por el día y soñaba por la noche.

Se escuchaba el rugir de la lavadora al otro lado de la pared. Había echo la colada, quizá para sentirse más normal, pero jamás volvería a ponerse su camiseta favorita para dar un paseo, ni sus botas de monte para respirar aire fresco, entre otras cosas, porque ya ni siquiera percibía olor alguno. Y ella lo sabía. Su cuerpo débil y desnudo se resbalaba en la silla de mimbre que estaba junto a la ventana de su habitación, podía ver toda la ciudad desde allí. Observaba ir y venir a las personas, y ellas, ignorantes, seguían su camino, sin saber que una parte de su vida había entrado en la vida de Rebeca; llenándola de sentido, o a lo mejor, rasgando hasta la última entraña de su ser. Pero nadie advertía haber sido espiado por aquella chica. Y así pasaba las horas Rebeca (o al menos las que no pasaba dormida). Veía a la gente ir y venir desde esa ventana suya desde la que observaba al mundo. "Me cambiaría por cualquiera de estas personas, cualquiera, no importa. El próximo que cruzara la esquina, estaría bien, por ejemplo". Pero a esta caza-personas, ya no le quedaban fuerzas para bajar y poseer el cuerpo de nadie. Ojalá pudiera. Se entretenía a veces abriendo la ventana, aunque esto sólo ocurría en los días especiales. Hoy era uno de ellos. Era su cumpleaños. Habían sido 17 bonitas primaveras. Y el viento volaba todos sus recuerdos y los revolvía por la habitación, luego la pobre Rebeca intentaba reconstruir su pasado pero siempre se le perdía alguna que otra pieza. Entre lagunas negras, y brazos y piernas rasgados, acabó allí, quién sabe cómo. Hoy era un día especial, aunque Rebeca ya no se acordara. Vinieron y abrieron la ventana. Las enfermeras la dejaron sola. Y en un instante, se puso en pie con las últimas fuerzas que le quedaban. Su cuerpo delgado acarició las baldosas y pudo acercarse a la ventana. Intentó aspirar el aroma de las flores, pero el único olor que reconocía era el de la muerte.  Una chica de ojos verdes cruzó la esquina. Era perfecta, era como Rebeca siempre había querido ser. No podía perder el tiempo, era una ocasión idónea. Se arrancó las agujas a través de las que se alimentaba desde hace un par de inviernos. Desenchufó la máquina que la agarraba ya sin ningún sentido a la vida; y que mantenía su corazón, que estaba un poco deshabitado desde hacía tiempo. Pero no pasaba nada, Rebeca ya no lo necesitaría. Se agarró de la persiana y se precipitó al vacío. Estaba feliz, por primera vez en tanto tiempo. Ahora podría ser la bonita chica de los ojos verdes.

2 comentarios:

  1. que fuerte este texto... me gusta como nos logras meter en la vida de alguien y por mas que sea tan diferente, poder llegar a sentir lo mismo que siente...

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