jueves, 2 de febrero de 2012

Incomunicación.

Unas cuantas lágrimas sobre el papel y una cucharada de inseguridad, llenada por una mano amiga. Últimamente es la única receta que se me da a probar, y lamentablemente el viento frío de invierno se me apega a los pulmones y ya casi no circula el aire por mi sangre; que debe de estar cansada de estos cambios tan contradictorios y pensamientos obligados, de tanto congelarse y hervir a la vez. 
No son días memorables, el único diálogo está en mi cabeza y se me ha olvidado contestar a mis propias preguntas, si es que no se me ha olvidado formularlas. 
Ya no vale cerrar la puerta y cobijarme detrás de ella, como si fuera un arma indestructible. Aunque por ahora es la única alternativa, me hace sentir a salvo. Ya no vale ponerse los auriculares, y escuchar la música tan fuerte, que no me deje oír mis pensamientos. Se agradecería, pero ahora mismo están chillando a voces, y todos a la vez. A veces consigo entenderlos. Nunca están de acuerdo. Quieren empezar a ser fuertes y no permitir que se les vuelva a pisar, ni a abandonar despachurrados en un suelo húmedo. Pero algo los reprime y prefieren seguir a su propia ética, a los no-impulsos. 
Pero nadie me pregunta a mi. A nadie le interesa lo que yo piense, soy sólo una sombra en la oscuridad. Invisible para muchos. Ni siquiera tú te has molestado en mudar de piel aunque sea solo un minuto. 
Y hoy todo duele más que nunca. Hoy las flechas apuntan directamente al corazón, y van a traición. 
Hoy, ha nevado. Y me dan ganas de meterme en una de esas bolas de cristal, y dejarme agitar, hasta vomitar, porque quiero expulsar todo lo podrido y la mierda que has acumulado dentro de mí. No soy tu basura. 
Tengo ganas de meterme ahí dentro, y ahogarme entre las bolitas de poliespan que fingen (pero solo fingen) ser nieve. Ahogarme. Sola. No quiero ni mi sombra. Hoy, ni siquiera me necesito a mí misma, pero no existe manera honorable de escapar de mí misma. Sola, como siempre he estado. 

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