
Todos sabemos que no nos contaron el final de los cuentos. Es un tema repetido hasta las saciedad, tanto que aburre. Sabemos que las princesas no acaban siendo felices y comiendo perdices, también que los príncipes a veces desaparecen después de despertar a las princesas con un beso. Pero oye, un reino da mucho trabajo. Es normal que quieran despertar a otras princesas con otros besos. Pero Alicia es diferente.
Ella hizo lo que nadie antes había hecho. Se enamoró de un conejo.
Alicia sentía como le faltaba el aire y como se la tragaban el lujo y los muebles de su habitación. Cuando se levantó de la cama, un escalofrío recorrió todo su cuerpo al acariciar las frías baldosas del suelo con sus pies descalzos. La luz entraba sigilosa entre las rendijas de las persianas, y iluminaba tímidamente, como si estuviera pidiendo permiso, el pelo de Alicia, que era un pelo normal y no se parecía en nada al pelo de una princesa. La noche es muy larga y revoltosa, y Alicia, como todas las chicas del planeta, se levanta con un cabello que, por asi decirlo, se aleja bastante de la perfección. No, chicos, si alguna vez os despertáis al lado de una señorita que por la mañana tiene el mismo pelo que tenía por la noche, no os lo creáis. Seguro que se ha levantado antes que vosotros para peinarse y luego, sin hacer ruido se ha vuelto a meter en la cama y ha fingido estar dormida, esperando que la despertéis con un beso de película. Nunca os fiéis de ellas, mejor elegid una que se levante con pelos de loca y el maquillaje esparcido por la cara. Esas te dirán siempre la verdad.
Alicia se puso su vestido azul, que le quedaba un poco o muy grande porque se lo habían comprado sus padres y querían que durase muchos años para no tener que comprarle otro. Sí, en el país de las maravillas también están en crisis, aunque no os lo creáis. Alicia salió al jardín, pensaréis que a leer un libro, pero no, esas cosas están pasadas de moda. Salió a ponerse morena. No es ninguna novedad que Alicia es pálida como las rodajas de un sándwich. Se quitó el vestido, porque debajo llevaba el bikini, y se tumbó en una hamaca.
No tardó en pasar por allí un conejo blanco precioso. Alicia al principio no le hacía caso y el conejo intentaba llamar su atención dándole pequeños mordiscos en los dedos de los pies, porque así es como ligan los conejos. Y como no había manera de que ella se fijara en él, el pobre tuvo que robarle el móvil y salir huyendo, a ver si así le seguía y podía hablar con ella. Y el conejo tenía razón. Alicia se volvió a poner su vestido que le quedaba grande y salió corriendo detrás del conejo.
El caso es que este conejo no encontró bosque por donde correr porque lo habían edificado todo y los árboles ahora eran rascacielos con cientos y cientos de pisos. No encontraba ninguna madriguera y estaba muy cansado porque había corrido demasiado, así que le devolvió el móvil a Alicia, que le miró con los peores ojos con los que puedes mirar a un conejo.
Del conejo no se supo nunca nada más, pero Alicia pensaba en él todas las noches. Conforme se hizo mayor, se le declararon cientos de príncipes. Ella, como casi todas las chicas, esperaba un príncipe azul, que no destiña, que sea apuesto y honesto y todo un caballero. Y los príncipes esperaban lo mismo de las princesas. Ambos, príncipes y princesas, esperaron durante años y años, pensando en lo felices que serían y todas las perdices que comerían cuando encontraran a su media naranja. Pero estuvieron tan ocupados pensando cómo tenían que ser las princesas o los príncipes, que se les olvidó fabricarse a sí mismos con las mismas características que esperaban de la otra persona. Y cuando Alicia descubrió todo esto, se arrepintió y quiso volver atrás para quedarse con el conejo, que la había visto con sus pelos de loca y aún y todo le había hecho cosquillas en los dedos de los pies.
Y tú, ¿qué prefieres, un príncipe o un conejo?
Yo no lo sé, pero mejor me empiezo a fabricar a mi misma para el día en que llegue (si no ha llegado aún),
sea príncipe o sea conejo blanco.